
Roca Rey, la estrella peruana del toro, ha demostrado una vez más su maestría en la arena, resolviendo con prontitud la ecuación de la cartelera en la Plaza de la Maestranza. Rey se enfrentó a las incógnitas del toreo sevillano, representado por Juan Ortega y Pablo Aguado, y los desafíos de equilibrar el toreo moderno con el clásico.
En medio de las expectativas y la anticipación, Roca Rey hizo su entrada en la plaza, decidido a demostrar su destreza y valentía. Con todo su armamento a su disposición, puso fin a las frialdades de Sevilla del día de Victorino, aquel día que pareció dejar una mala conciencia en la plaza. El público reaccionó con entusiasmo a su entrega absoluta, en un acto de expiación.
Roca Rey se enfrentó a un toro con una cara lavada y escurrida por detrás, pero flexible y con un cuello generoso. El toro se lanzó galopando hacia Rey, quien le saludó con poderoso y abundante capote. Rey decidió apostar todo en el caballo, una señal de guerra en el mundo del toreo. Brindó al público, que colgó el séptimo «no hay billetes» en este sábado de feria que siempre fue una fecha de vino y rosas, y se arrodilló.
El estallido de los pases cambiados por las espaldas sacudió la plaza. En lo fundamental, Roca Rey entendió la mejor mano del bravo toro, que era la derecha. En la segunda tanda, Rey desgarró al toro por abajo, despatarrado, arrastrando la muleta cinco veces, un circular invertido, el «lo padre» y el monte ardiendo. Los pases de pecho interminables elevaban las rondas.
La embestida del toro no fue igual al natural, pero el peruano mantuvo la intensidad en su breve paso. La intensidad del toro había decaído, y Roca Rey buscó los terrenos volcánicos, la tierra de lava. Tan cerca de los pitones que el toro, siempre pronto, no lo consintió. Lo arrolló en una casi voltereta, más revolcón. A pesar de la taleguilla rota, no había sangre, pero el susto había atrapado otra vez a la plaza.
La estocada de Roca Rey desató la locura, la estampida de pañuelos, el derrape del palco: dos orejas. El poder sin control no sirve de nada. Se ovacionó en el arrastre al toro, el de mejores prestaciones hasta el momento, de la desigual corrida, con tantos picos y poca armonía en general. Quizá la más horrenda de todo abril.
Roca Rey se entregó al máximo con el quinto toro, que se mostraba feo, pero muy feo. Se movía tal cual era, sin ir nunca en la muleta. Hasta que se desentendió. Entonces surgió el arrimón, la valentía, la entrega absoluta, con la gente bramando. Y cuando enterró la espada y el toro pegó el arreón de la muerte, la apoteosis. Cayó el aviso antes que el toro.
La gloriosa faena del 15 de abril fue recordada por la Maestranza con una ovación a Juan Ortega, que recogió impecablemente vestido de verde esmeralda y oro. En clara contraposición, saltó un toro ni agradable ni bonito. Más bien feote, altón, bizco y con un garfio por pitón derecho.
Pablo Aguado toreó divinamente a la verónica a un tercero de buen dibujo. Luego sucedió un tercio de quites en el que Juan Ortega destelló acompasado por delantales. El último toro vino a confirmar el mal gusto de la corrida. Sin embargo, su reata -Forajido, dos veces premiado en Pamplona- se impuso, tan buenecito el son de su clase. Y Pablo Aguado pintó la faena más hermosa de toda la tarde con la cadencia de sus manos.
La Plaza de la Maestranza, el sábado, 20 de abril de 2024, fue el escenario de la décimo tercera de feria. Lleno de no hay billetes. Toros de Victoriano del Río, tres con el hierro de Toros de Cortés (3 y 5); todos cuatreos muy desiguales en un conjunto horrendo; destacaron el bravo 2 y la buena clase del 6.