
En los últimos años, la ciudad de París ha estado luchando contra una verdadera plaga de ratas. Aunque la presencia de estos roedores en las calles y alcantarillas no es un fenómeno nuevo en la capital francesa ni en otras metrópolis como Nueva York o Londres, su proliferación ha aumentado de forma desenfrenada a pesar de los esfuerzos por controlar su población. Se estima que la población de ratas en París oscila entre cuatro y seis millones de ejemplares.
Si los métodos actuales de control de plagas y las medidas de higiene no han logrado limitar su población, imaginemos cómo se propagaban en el siglo XV. Una reciente investigación ha explorado este aspecto y ha reconstruido cómo y cuándo dos especies de ratas llegaron a América en dos periodos históricos diferentes y cómo se propagaron por el continente. A pesar de su amplia distribución, las ratas no son endémicas de América, sino que llegaron allí a través del transporte marítimo.
Publicada en la revista Science Advances, la investigación revela que la llegada a América de la rata gris, también conocida como rata marrón o noruega (Rattus norvegicus), ocurrió alrededor de 1740, adelantándose varias décadas a la fecha que hasta ahora se creía, la década de 1770. El equipo de investigación, liderado por Eric Guiry de las universidades de Trent (Canadá) y de Leicester (Reino Unido), llegó a estas conclusiones tras analizar restos arqueológicos de roedores encontrados en 32 asentamientos de América del Norte y en restos de siete buques naufragados en la región.
En 1740, cuando se estima la llegada de la rata gris, la rata común o negra (Rattus rattus), una especie habitual en los barcos que cruzaban el Atlántico en el siglo XV, ya estaba plenamente asentada en América. Los investigadores sostienen que esta especie, originaria de Asia, llegó a América en 1492, durante el primer viaje de Cristóbal Colón al continente. Esta especie ya estaba presente en Gran Bretaña en el siglo I y había colonizado Europa en el siglo VIII. Fueron los europeos quienes dispersaron a este roedor por el resto del planeta.
Doscientos cincuenta años después de la llegada de la rata común a América, la rata gris, una especie más grande y agresiva, comenzó a competir y a desplazar a la rata común en los centros urbanos costeros. Mientras que la rata gris mide unos 30 centímetros y pesa entre 280 gramos y medio kilo, la rata común no suele superar los 20 centímetros y su peso oscila entre 75 y 230 gramos, dependiendo de la subespecie.
Los autores del estudio sugieren que las ratas grises redujeron la disponibilidad de comida para las ratas comunes, provocando una disminución gradual en las tasas de reproducción de la especie inicial y el desplome de su población. Crónicas de la época describen cómo las ratas comunes habían prácticamente desaparecido de las ciudades americanas en la década de 1830.
Eric Guiry y su equipo valoran los restos de ratas como un tesoro para las investigaciones arqueológicas, ya que representan las relaciones entre humanos y animales a lo largo de cientos o incluso miles de años. Según el investigador, estas relaciones podrían brindar información valiosa para la planificación urbana futura.
Además, los autores señalan que una mejor comprensión de la ecología de estas dos especies de ratas tiene implicaciones para la prevención de la propagación de zoonosis (enfermedades transmitidas de animales a personas) y para mejorar la eficacia de las técnicas de erradicación de plagas. Las ratas son conocidas por su capacidad para transmitir enfermedades a los humanos, aunque no todas las especies transmiten los mismos patógenos.
Recientemente, se ha cuestionado que las ratas comunes fueran las responsables de la propagación de la peste negra, la enfermedad que acabó con la vida de millones de personas durante la Edad Media. Un estudio publicado en la revista PNAS sostiene que fueron los parásitos humanos, como las pulgas y los piojos, los que propagaron las bacterias de esta pandemia. Sin embargo, este punto aún está siendo debatido en la comunidad científica.