
La nueva generación de seguidores del Athletic de Bilbao no sólo vivirán de la memoria de sus ancestros ni de las imágenes contempladas en vídeos de un pasado remoto. Desde este domingo, son testigos, cómplices y partícipes de la historia renovada de un club único. El Athletic, capaz de conquistar su vigésimocuarta Copa del Rey, 40 años después, sin desprenderse de las señas de identidad marcadas a fuego desde su fundación.
El gol de Berenguer en la tanda de penaltis condujo al Athletic al destino negado durante décadas, después de que Agirrezabala detuviera el lanzamiento de Morlanes y Radoncic lo enviase alto. La hinchada, temerosa de un desenlace fatal, estalló de merecido gozo.
El triunfo del Athletic, que tuvo en Nico Williams, elegido mejor jugador del partido, a uno de sus grandes valedores, es un mensaje contracultural, una reivindicación de un ideario que transgrede la normativa vigente, el devenir de un deporte que hace tiempo que viaja en otra dirección, sacudido por la megalomanía de fastuosos emporios, alejado de su origen callejero y fabril.
Este Athletic, evolucionado en su juego y en su esencia, el Athletic de los hermanos Williams, de Prados, Guruzeta y Sancet, de Oscar de Marcos e Iker Muniain, recompensados finalmente tras una larga trayectoria, vuelve a ser campeón, a lo grande, tras las dos Supercopas de España que no habían colmado sus aspiraciones.
El primer tiempo transcurrió bajo el dictado de lo que pretendía Aguirre. Bien armado en defensa, con severas vigilancias individuales, el Mallorca mordía por cada pedazo de terreno. No circulaba la pelota como pretendía el Athletic, nervioso e impreciso, sin opciones para que corrieran los Williams. Fue Ruiz de Galarreta, el mejor de su equipo en el primer acto, quien puso a prueba a Greif al cuarto de hora.
El gol de Dani Rodríguez aprovechando la impericia de la defensa del Athletic, fue una fiel representación del estado anímico del equipo. Superado por la responsabilidad, por la magnitud del momento, por la bien ganada etiqueta de favorito en la final, el Athletic era un equipo temeroso, despersonalizado, traicionado por la ansiedad.
Guiado por Dani Rodríguez, el conjunto isleño se mantenía firme y negaba a un Athletic al que le urgía una reacción. Llegó ésta tras el descanso con la precisa definición de Sancet tras un pase al espacio de Nico, despertando al equipo y a su hinchada. Valverde dio entrada a Vesga en lugar de Prados y el Athletic se corrigió, adelantando la línea de presión y mucho más fluido con la pelota.
Valverde optó por la veteranía y dio entrada a Muniain y Raúl García, además de Berenguer, que ocupó la banda derecha de un desafortunado Iñaki Williams. Era el Athletic el único que intentaba eludir los penaltis. Fue hasta ahí, sin embargo, hasta donde encontró su premio. El Athletic es de nuevo campeón de Copa. Al fin.